domingo, 17 de abril de 2016

Ser Profesor: ¿Artista o Artesano?

Ser profesor: “Artista o artesano” Desde hace tiempo, se ha instalado en nuestro sistema educacional el sentido de competencia, donde los logros pedagógicos se miden en términos cuantitativos en lugar de lo cualitativo. La frialdad de la estadística ha superado con creces el calor de la razón. En este marco, las instituciones educativas han olvidado su función social, convirtiéndose en empresas que luchan por alcanzar la ansiada excelencia, utilizando los logros de sus alumnos como un insumo de marketing para la captación de nuevos clientes, llegando al límite de seleccionarlos cual materia prima o esconderlos al momento de las evaluaciones externas. En esa relación, los docentes también hemos sido empujados a competir entre nosotros: debemos ser mejor que nuestros compañeros, mejor que el colegio de al lado, no importa si en esta lucha por el número, alguno de nuestros alumnos se quede en el camino, debemos entrenarlos, mecanizarlos, atorarlos de ejercicios, ocupar las horas de los “ramos menores” para que respondan bien, de eso depende nuestro reconocimiento. Un portafolio determina lo bueno o malo que somos; una clase, lo que ha sido nuestra vida docente; el resultado del SIMCE o la PSU, nuestra capacidad pedagógica. Dependemos de elaborar respuestas correctas para lo que se quiere oír y no, necesariamente, para lo que se quiere decir, buscamos ser parte de esa elite, ser merecedores de la ansiada “excelencia” determinada por la frialdad de los números. Esta realidad, nos ha convertido en profesores en busca de ser exclusivos, habitantes de la soledad, del ego, que cual artista que vive del reconocimiento, se nutre del egoísmo, guardando sobre siete llaves aquel “secreto” que le ha permitido lograr el ansiado aplauso. Buscamos hablar en difícil, usar presentaciones llenas de complejos conectores, escribir paper, recitar autores, publicar nuestros logros y esconder nuestros fracasos, firmar con nuestro currículum, asistir a seminarios, aunque sólo sea para dormir, en definitiva, buscamos destacar sobre el otro, pues con él competimos Son nuestros puntajes y los de él, independiente de las condiciones de nuestros estudiantes o de todo lo logrado en aquellas áreas no evaluadas, los que nos definirán como educadores, y, si por alguna razón no lo logramos, estamos condenados al abandono, a ser mal evaluados, convirtiéndonos en los eternos aplaudidores de nuestros competidores, mero público que desde su vieja butaca vive el anonimato en espera de la próxima evaluación donde, quizás, sea él el artista que reciba el reconocimiento de la audiencia. El trabajo en solitario, propio de nuestra profesión, se ha agudizado por la incansable competencia. Bien viene plantearse la pregunta: ¿Qué posibilidad tiene establecer una cultura solidaria, crear comunidad en un estado de continua pugna por los primeros lugares? Nuestro espacio educativo, no es diferente al mundo competitivo que nos rodea y que nosotros ayudamos a construir y, aunque nos cueste reconocerlo, es esta misma la que, poco a poco, nos fue ocultando el alma y nuestro nombre. Hoy, el orgullo de ser profesor, se ha cambiado por una voz que se incomoda cada vez que alguien nos pregunta por nuestra profesión. Sobre todo, si es un agente bancario, el mismo que nosotros educamos. Nuestra labor ya no es valorada e incluso sirve para ofensivas propagandas o sketch. Lo más seguro es que a todos los que participan en estas ironías, carecieron de una buena educación. Se nos olvidó enseñarles el respeto, el valor, el ser agradecidos, la nobleza de nuestra profesión, la importancia en el desarrollo de la sociedad y sobre todo la deferencia que merece cada ser humano, quizás, destinamos demasiado tiempo instruyéndolos para que obtuvieran buenos puntajes, olvidándonos de formarlos como personas integras y agradecidas. Esta forma de entender la pedagogía, basada en logros estadísticos, ha llevado también a crear una sociedad tremendamente segregadora. Los niños con dificultades de aprendizajes, con otros tipos de inteligencia o en riesgo social, son considerados un peligro, aquellos de los que nadie se quiere hacer cargo, pues es evidente, que afectarán nuestros números y nos convertirán en malos profesores. Lo más indicado es seleccionarlos ojalá al nivel de los emblemáticos, así todos seremos buenos pedagogos, convirtiéndonos en doctores que sólo atienden pacientes sanos, lo que nos permitirá jactarnos de ser eminencias, pues ninguno se nos ha muerto. Esta segregación también nos toca. Existen asignaturas y profesores de primera y segunda clase en dependencia con su incidencia en las estadísticas y los logros alcanzados. Ante esta situación, se hace necesario recuperar nuestra dignidad, nuestro orgullo de ser profesores, mirar atrás y encontrarse con el joven soñador que abrazó este sueño, que pese a que sabía que su labor no sería fácil, recorría los pastos del pedagógico, preparándose para servir toda su vida, no a las estadísticas, sino a la formación del hombre y de una sociedad más justa. Debemos recuperar el carácter solidario de nuestra profesión, volver a ser artesanos, habitantes solidarios de la comunidad en que vivimos y de la que formamos parte, recuperar la capacidad de compartir nuestros saberes y nuestras herramientas, recuperar lo que siempre fue tan nuestro, el sentido de comunidad, volver a la vida a ese sabio que se sabía ignorante y que en esa condición era capaz de aprender y enseñar, que tenía clara su función dentro de sociedad y, a partir de esto, recibía el reconocimiento social, parafraseando a Facundo Cabral, reencontrarnos con el profesor de oficio cuyos versos bien vienen recordar: Mi oficio de cantor es el oficio De los que tienen guitarras en el alma Yo tengo mi taller en las entrañas Y mi única herramienta es la garganta. Mi oficio de cantor es tan hermoso Que puedo hacer amar a los que odian Y puedo abrir las flores en otoño Con solo entonar una canción. En este estadio, se hace perentorio recuperar el sentido de comunidad, compartiendo e integrando nuestros conocimientos en la búsqueda de “la buena escuela”. Nuestra labor debe estar basada en la libertad y el amor, en la preocupación por cada uno de nuestros alumnos. Es esta preocupación, la que nos obliga a prepararnos constantemente a desarrollar nuestra intelectualidad, buscar los saberes no solo desde la academia, sino que también desde nuestras propias experiencias y desde nuestros alumnos, son ellos el mejor medidor de lo asertivo de nuestra empresa. Debemos dejar la incesante lucha por los resultados, ellos vendrán más temprano que tarde, pero no como producto de una competencia, sino como resultado del trabajo en equipo donde el norte, que son nuestros alumnos, se haya recuperado. Debemos atrevernos a aprender desde nosotros y con nosotros. Reconocer que, en nosotros está la posibilidad de alcanzar los ideales a través de la interacción entre docentes. “… al fomentar el funcionamiento de grupos de aprendizaje entre pares, es más factible y efectiva la actualización pedagógica, debido a que la pedagogía, el saber enseñar, es un saber práctico y experiencial que no necesariamente está en manos del saber erudito del mundo académico” (Tomás Alvira). Es perentorio entonces, recuperar la calma y volver a lo que siempre fue tan nuestro. En el tratar de dar respuestas a las exigencias planteadas desde lo alto, se nos fueron olvidando nuestras propias respuestas, nuestras propias exigencias. En el insistir en que nuestros alumnos fueran capaces de responder las evaluaciones externas, se nos quedó en el camino, la idea de que el objeto era que aprendieran, que fueran capaces de enfrentar la vida, que fueran felices, que lograran sus sueños que eran también los nuestros. Pero, ¿Es posible cambiar la realidad competitiva, por un sentido de comunidad que es capaz de compartir saberes? Obviamente que lo es, y no sólo posible, sino que también urgente. Para ello, es necesario generar un clima organizativo que permita la participación de todos y todas, donde cada uno se sienta un aporte, conscientes que en sus propias experiencias pueden encontrarse las respuestas. Que es posible aprender con el otro y desde el otro, que es viable una cultura de aprendizaje solidario, un lugar donde no tengamos miedo de reconocernos ignorantes y a la vez maestros. Debemos cambiar el enfoque competitivo que sólo busca cifras y utiliza a sus alumnos como atletas para la competencia, por uno que los vuelva a poner al centro como sujetos de aprendizaje, cambiar lo edumétrico por lo psicométrico, entender que educación no es lo mismo que instrucción. En este sentido, es fundamental el encuentro entre pares, generar discusión, descubrir y discutir las necesidades y, a partir de ello, producir las respuestas. Un estado donde la pasión por enseñar sea el motor que mueva y oriente nuestras acciones, generando un ambiente donde los éxitos y fracasos sean compartidos por todos, ya que todos somos responsables. Debemos aprender a trabajar juntos, a compartir nuestros saberes y experiencias. Aprender a ser más solidarios más fraternos, a reímos juntos, a preocupamos de nuestros compañeros, organizar nuestras clases en conjunto, proponer, acordar, probar, analizar fórmulas para conseguir mejores resultados, diseñar las estructuras de nuestras clases, someternos a evaluaciones fraternas entre nosotros, en definitiva, aprender a convertirnos en comunidad en continuo aprendizaje. Debemos estar consientes que el camino estará lleno de éxitos y fracasos, no siempre las cosas salen como uno las desea, pero eso no ha de minar nuestro ánimo de seguir insistiendo en la idea del trabajo en equipo, en buscar la forma de mejorar nuestras prácticas. Debemos empaparnos de la humildad del aprendiz y la sabiduría del maestro. Debemos abandonar el ser los artistas egoístas y solitarios en busca del aplauso para transformarnos en artesanos solidarios integrados en comunidad y a la comunidad en que trabajamos. En este estado aprender a trabajar en equipo, a compartir nuestros saberes, de nuestros esfuerzos dependerá el que nuestros alumnos pueden alcanzar sus metas, y lo más valorable es que logremos formar mejores personas. El aprendizaje entre pares no sólo es posible, sino que también urgente y necesario. Urgente, porque ya es tiempo de que nos demos cuenta que nuestros estudiantes no pueden seguir esperando, y necesario, pues somos nosotros los profesionales de la educación, los que trabajamos en aula, los llamados a mejorar nuestro sistema educativo.

1 comentarios:

Unknown dijo...

ME GUSTO MUCHO Y ACLARO ALGUNAS DUDAS...MUY BUENO
AGRADECIDO.
JUAN

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