miércoles, 9 de enero de 2008

Sociedad de riesgo

La actual realidad mundial, el desarrollo de la ciencia y la tecnología han provocado una nueva situación. El antiguo riesgo asociado principalmente a la aventura individual cuyas consecuencias eran asumidas por el “osado” y, en el peor de los casos por su entorno inmediato hoy tienen un carácter esencialmente colectivo. A decir De Manfred Max Neef parafraseando al Márquez de Sade, quien en plena revolución Francesa exclamó: “Ya no existe ninguna hermosa muerte individual” del mismo modo, señala “hoy ya no nos queda ningún hermoso problema (riesgo) en particular”.


Pero, ¿Qué es una sociedad de riesgo?. “En nuestra era, la producción social de riqueza viene emparejada con la producción social del riesgo”. Por riesgo social se ha de entender todos aquellos posibles daños provocados por decisiones o acciones específicas en el presente que afecten no sólo lo actual, sino también aquellos futuros.



La globalidad, que a decir de Beck es inevitable, multidimensional, policéntrica, contingente y política, lleva también consigo los riesgos asociados a la producción de riquezas, fenómenos propios de la modernidad avanzada. Esta época, que a decir de Ramonet, está caracterizada por la incertidumbre, el individualismo y por cambios en las instituciones sociales básicas, nos empuja a configurar la construcción de realidad sobre la duda. A su decir estamos en presencia de una época en que “La incertidumbre se ha convertido en la única certeza”.
El desplazamiento de los grandes relatos, de los tótem culturales, han dado paso a una preponderancia de la ciencia y la tecnología olvidando de paso la condición humana del hombre, considerándolo sólo como un ente orgánico más, en términos biológicos, y como un corresponsable en términos de sus consecuencias.
Una sociedad de riesgo es, por tanto, la construcción de un tipo de sociedad cimentada en los inciertos más que en las certezas. En las probabilidades que determinadas acciones generen consecuencias inmanejables en el futuro.
La complejidad de las decisiones en las cuales a diario el concierto mundial se ve involucrado se ve cuestionada por al menos dos elementos. Uno, la imprevisibilidad de los efectos de las decisiones y el segundo la imposibilidad de garantizar que dichos efectos puedan ser efectivamente manejados. Visto así, toda decisión puede propagar daños posibles e impredecibles, generando “efectos Bumerang” incluso a aquellos que lo provocan o que eventualmente consideraban la situación bajo control.
La lluvia ácida provocada por la contaminación del aire, los desastres nucleares como el ocurrido en Chernovil, la contaminación de las aguas a causa de los procesos industriales, la contaminación y extracción indiscriminada de productos marinos, la deforestación en el Amazonas, el recalentamiento de la tierra, el adelgazamiento de la capa de ozono, las enfermedades provocadas por el uso de químicos en la agricultura, etc., son claros ejemplos de cómo decisiones y acciones humanas pueden volverse contra él.
Frente a esta realidad, debemos repensar al hombre. Reconstruir los pilares sobre los cuales construir sociedades. Interpretar las realidades a partir de las necesidades del ser humano como sujeto y no como objeto de desarrollo. A decir de Manfred Max Neef “El mejor proceso de desarrollo no tiene que ver con los indicadores económicos, sino que con aquel que permite una mejor calidad de vida de las personas”. Debemos evitar convertir nuestra sociedad en un extenso laboratorio, donde se aprenda a partir del error, ya que son justamente estos últimos, los que producto de la peligrosidad de los avances en las ciencias podría provocar, ya no sólo una catástrofe, sino que lisa y llanamente, la desaparición de la especie humana y junto con ello las demás especies. Regular, gestionar y controlar el riesgo es la tarea del mundo científico, de los poderes políticos y económicos, y también de las organizaciones sociales.


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